En la última cena levantando los ojos al cielo Jesús dijo: “Padre Santo, ampara a mis discípulos dándoles el mismo nombre que me diste a mí, para que sean uno como nosotros, como yo estaba con ellos los amparaba con ese mismo nombre, el nombre que me diste, así los protegí y ninguno de ellos fuera del que nació para perderse, para que se cumpliera la escritura. Pero ahora me voy a Ti y todavía en el mundo digo estas cosas, para que tengan en sí mismos la plenitud de mi alegría, yo les comunique tus palabras y el mundo los odio, porque no pertenecen al mundo como no le pertenezco yo tampoco. No pido que los saques del mundo, pero sí que los guardes del maligno. Ellos no pertenecen al mundo, como no le pertenezco yo tampoco, santifícalos con la verdad: tus Palabras son la verdad. Como Tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado y por ellos yo me santifico, para que también los santifique tu verdad”.