Juan capítulo 7: del 36 al 50
En aquel tiempo un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús entrando en casa del fariseo se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume, y colocándose detrás junto a sus pies, llorando se puso a regarle los pies con sus lágrimas. Se los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto el fariseo que lo había invitado, se dijo: “Si este fuera un profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es, una pecadora,”. Jesús, tomó la palabra, le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. Él respondió: “Dímelo, Maestro”. Jesús le dijo: “Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?” Simón contestó: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”. Jesús le dijo: “Has juzgado rectamente”. Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies, ella en cambio me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con su cabello. Tú no me diste el beso, ella en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con un aceite; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo sus muchos pecados, están perdonados, porque tiene mucho amor. Pero al que poco se le perdona, poco ama”. Y a ella le dijo: “Tus pecados están perdonados”. Los demás convidados empezaron a decir entre sí: “¿Quién es este que hasta perdona pecados?” Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.
– Palabra del Señor
– Gloria a Ti, Señor Jesús
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